César Vicente Benavides Torres. Iberciencia. Comunidad de Educadores para la Cultura Científica
Generar un clima de investigación científica en el salón de clases
debe ser una constante permanente. Si los maestros en el diseño de
clase, plantean al comienzo de clase un problema como una experiencia
discrepante, se experimenta la sorpresa, el desconcierto, el asombro.
Estas emociones juegan un papel sumamente
importante en el aprendizaje y pueden ser el motivo, el motor que mueve
al alumno, para reducir el estado de desequilibrio provocado. Lo
emocional debe ser la invitada permanente en el desarrollo de clases de
ciencias.
La perspectiva constructivista ratifica que la mejor manera de
iniciar un tema científico es planteando un problema que pueda motivar a
los estudiantes y que se refleje en el contexto más inmediato. Sin
embargo, se puede correr el riesgo que un problema puede no serlo o bien
no puede ser comprensible para el estudiante, o incluso no ser
motivante. “
En palabras de Federici, los problemas deberían ser planteados en el lenguaje blando del mundo de la vida”
,
no solo para facilitar su comprensión, sino para motivar y alentar el
inicio del proceso de búsqueda, discusión, análisis y apertura a las
nuevas ideas.
¿Y para qué plantear problemas motivantes?. El objetivo central es
provocar procesos de pensamiento superior y crítico en los estudiantes,
formular hipótesis, predicciones que se resumen en el pronunciamiento
de Vasco,
“No se debe permitir a los estudiantes empezar a
experimentar solo “para ver qué pasa”, sin haber formulado antes
predicciones precisas, y sin haber dado razones y explicaciones
hipotéticas para sustentar cada predicción”. En
la cultura escolar se puede apreciar que los estudiantes no les gusta
comprometerse con una predicción, por cuanto no se arriesgan y temen
“quedar mal” ante el grupo.